Luis Felipe Hernández

Ciudad de México, 1959. Cuentista y matemático, posee estudios de Actuaría y Administración de Empresas. Ha ganado los premios nacionales de cuento San Luis Potosí 2003, por De cuerpo entero, y el Efrén Hernández 2006, por Falsos amigos y otras epifanías. Ficticia le público su primer libro: Circo de tres pistas y otros mundos mínimos (2002).



En esos tests donde preguntan "Si usted fuera un animal, ¿cuál sería?" yo no vacilo en responder enseguida: una ardilla voladora.



               Véanla en acción. Se lanza de una rama a otra, con la idea de llegar sana y salva, pero si esto no sucede, cuenta con una membrana que abierta como paracaídas le permite mitigar el golpe de su fallido intento... para tratar de nuevo.



               Sí, creo que hay mucho de ardilla voladora en mí aunque de un tiempo a la fecha prefiero considerarme un malabarista existencial, cuyas principales pelotas de mi acto son -no necesariamente en orden jerárquico- la pasión por las matemáticas que me llevó a titularme como actuario y luego a una maestría en administración; la habilidad y gusto por impartir desde hace años cátedra en licenciaturas y postgrados de universidades privadas; el amor al reflector gracias al cual incursioné en televisión presentando libros y autores para volverme luego guionista de un canal de ventas; la irresistible afición por las letras como lector y hacedor; el gusto por el bel canto que me permite ser parte del Coro de Bellas Artes, la afición fanática hacia el origami. Pelotas que día a día pasan por mis manos y dibujan un círculo en el aire, mientras me hipnotizan con su movimiento de amistosa convivencia. Hemisferios derecho e izquierdo viviendo en armonía.



               Pero debo resaltar lo obvio: las matemáticas, las letras y el pentagrama son, los tres, idiomas para comunicarse. De modo que me siento afortunado por esta facultad trilingüe pues me fascina hasta la embriaguez hablar, mostrar, exponer y más que ninguna otra cosa, convencer.



               Aunque he incursionado en diversos géneros literarios, creo sinceramente que una de las grandes ventajas que ofrece la minificción, por encima de la novela o el cuento, por ejemplo, estriba en que el texto brevísimo no permite la adaptación cinematográfica. De este modo, los seguidores de Augusto Monterroso podemos dormir tranquilos: Stephen Spielberg jamás llevará a la pantalla Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.



               Dentro de las muchas satisfacciones que la minificción me ha dado, está el haber sido jurado en diversos concursos de Marina de esta página y desde luego, la aparición en la Biblioteca Anís del Mono de mi volumen Circo de tres pistas y otros mundos mínimos.



               Mientras preparo una nueva colección de cuentos brevísimos, espero luz verde para la edición de una novela a la que he querido y cuidado como lo que es, mi primera hija de largo aliento. Esto de tratar a los libros como hijos tiene sus recompensas: más baratos que los carnales, podemos corregirlos e incluso son susceptibles de agotarse. Amén de que jamás nos presentarán a un bodrio como su amorcito.