Dioses por: Black Dot

Tuvimos dos templos, en uno adorábamos a un dios que nos amenazaba con su infinita furia. En días, señalados como sagrados por sus sacerdotes, le rendíamos tributos y sacrificios; jóvenes vírgenes, recién nacidos, sangre de semental y lo mejor de nuestras cosechas. Autómatas recolectaban las ofrendas y las llevaban al templo del Dios atroz. El otro templo, el de la verdad, permanecía abandonado. Ni imágenes adornaban sus paredes ni sacerdotes profesaban en su favor. No había tronos tampoco y todos le temían tanto, porque en ocasiones era despiadada, intratable y siempre certera, pero, aunque también podía ser dulce, sutil, atildada, evitaban mirar en su dirección. Vidas inútiles las nuestras, regidos por una deidad tirana y el temor patológico de acogernos a lo cierto.

Negociaciones sutiles por: Serpico

Entre la bruma, el informante se aproxima con disimulo en la oscuridad del callejón al policía investigador, quien aparenta ignorarlo:
—Jefe, ¿cuánto está dispuesto a pagarme para que le suelte toda la sopa sobre El navajas y su banda?
Aunque traía consigo una suma considerable, el hombre esbozó una sonrisa. Encendió un cigarrillo y luego de ver al soplón de arriba a abajo, lo tomó por el cuello, caminó hacia la pared llevándolo casi en vilo y después de soltarlo, miró sus puños con detenimiento. Finalmente, viéndolo fijamente a los ojos le dijo:
—¿Quieres saber la verdad, Chimuelo? Todo depende de cuántos dientes más estés dispuesto a perder esta vez, porque yo vengo dispuesto a arrancártela.

El momento de la verdad por: Dino Sauri O.

Antes de ir a la cama aquel lunes, ajustó el despertador digital en la mesita de noche. Era vital llegar a tiempo a la cita con el oncólogo al día siguiente.
Horas más tarde, cuando el molesto zumbido le hizo tomar conciencia, no se explicaba la presencia de las moscas a su alrededor, menos aún que ya fuera domingo.
Mientras tanto, después de haber adelantado el reloj-calendario e inundado el cuarto con los insectos, su familia observaba su desconcierto con curiosidad morbosa por la ventana. Estaban seguros de que así estaría mejor preparado para cuando llegara ese momento.

El espejismo por: Simbad

Autodidacta desde niño, su apetito por conocer la verdad se vio recompensado con la llegada de la tecnología. Ya no era necesario leer cientos de páginas para encontrar lo que buscaba. Internet, Google y la Inteligencia Artificial parecían excelentes sustitutos de bibliotecas, búsquedas interminables y gruesos volúmenes. Pronto se decepcionó. Como todo lo humano y sus creaciones, esa inteligencia imperfecta, basada en algoritmos, probabilidades y cálculos estadísticos, no era todavía capaz de diferenciar correctamente lo verdadero de lo falso. Su única certeza ahora es que la verdad es un acto de voluntad: se cree en lo que se quiere creer.

El espresso de medianoche por: Pingüino

Al ser interrogado, no iba a ser fácil que revelara el secreto que guardaba por años. De él dependía conservar su empleo y acceder a la ya cercana jubilación. Ante la presión de sus colegas que lo ataron a la vías, el maquinista del tren expreso finalmente confesó la verdad. Gracias a esa taza de café lograba mantenerse despierto hasta llegar a su destino al amanecer.

El ángel caído por: Carabela

Dirían que nació con los pies pegados al skate. Tal era la habilidad con la que realizaba las acrobacias que cuando volaba por los aires costaba distinguir entre la patineta y aquel chico de figura grácil al que sus admiradores apodaron El Ángel. Su destreza lo llevó a convertirse en una figura omnipresente en los podios, la televisión y las fiestas del jet set, pero también de los kioscos donde gastaba gran parte de sus ganancias. No necesitaba ya la patineta, ni su programa de televisión ni los concursos ni su línea de ropa. Le bastaba consumir unos cuantos gramos para sentir el subidón de adrenalina. La droga le susurraba al oído todo lo grandioso que era como skater. “Oh, Jack, tienes el cuerpo de un dios. ¡Cuántos premios y reconocimientos!”. El dinero pronto acabó, pero se sabía el mejor skater. La cámara lo amaba, amaba esa figura de vientre plano y pantalones apenas sostenidos por la percha de la cadera, cuando subía a la tabla. Ofreció una exhibición para conseguir fondos y visibilidad ante los medios. No más puso el pie en la patineta y se cayó de bruces contra el suelo. El crack del brazo al quebrarse hizo que aquel espejismo se desgarrara y le dejó expuesta la verdad de haberse convertido en un viejo gordo y drogadicto..
Eliana Soza
01 de August de 2022 / 03:23
Selección día 19 01 de August de 2022 / 03:23
Eliana Soza
 

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