Parece que, como el personaje de su obra Mr.H. Charles Lamb pretendía ocultar su nombre. En una carta que le remitió a su amigo Samuel Taylor Coleridge, que se proponía publicar algo de su poesía en un volumen que los incluiría a ellos dos y a Charles Lloyd, le confesó que había destruido todos sus poemas y que, si publicaba algunos de ellos, omitiera su nombre. Atribuía la autoría de muchos de sus textos a supuestos como Burton Junior y, sobre todo, Elia. Sin embargo, Augusto Monterroso consideraba que “es probable que después de Montaigne nadie se haya desnudado ante el público en otro libro de tan buena fe”.
Lamb refería que tartamudeaba abominablemente, por lo que resultaba "más apto para despachar su conversación ocasional con un raro aforismo, o con una pobre evasiva, que para edificar e instalar discursos”. A pesar de ello, durante la década en la que dejó de escribir, fue reconocido –entre otros por su amigo William Hazlitt- como un conversador memorable y un agudo instigador de conversaciones. Sus ensayos acaso proceden de ese género circunstancial en el que las minucias pueden descubrirse en pequeños asombros que derivan en pensamientos libres que no buscan ser definitivos o concluyentes y que incitan subrepticiamente pensamientos incidentales y comunes que se revelan placenteros y perdurables.
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