Entre los adjetivos que se han derivado de un nombre, no parece el menos recurrido, como una certeza, el de “maquiavélico”, que importa una ambigüedad que acaso alude a cierta astucia, a una forma de malignidad y a una perversidad intrigante. Sin embargo, incluso para aquellos que frecuentan sus escritos, Nicolo di Bernardo di Machiavelli, Nicolás Maquiavelo, no puede dejar de ser una conjetura: para algunos se reduce al autor de El príncipe, defensor de la mentira, la violencia y la simulación; para otros, es el de los Discursos, que creía en las leyes, la participación pública, la república. Pero es también el autor de La Mandragora, una obra acerca de las pasiones humanas. Las sucesivas lecturas de Humberto Schettino no desdeñan esas conjeturas, pero sugiere lúcidamente otras que pueden resultar reveladoras y nos inducen a leer a ese desconocido que parece inagotable, que creía que la política era inevitable y que sigue siendo Nicolás Maquiavelo.
Javier García-Galiano
Reseña por Carlos Olivares Baró en el periódico La Razón el 4 de agosto de 2021.
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