Cuando el señor de Orgaz tuvo la curiosidad de ver el cuadro pintado siglos después de su entierro, soltó una carcajada. Todo en él era tan fingido como los orgasmos de su mujer, más falso que decir que fue pintado por Rembrandt y tanto o más impreciso que afirmar que padecía la peste negra adquirida durante su último viaje astral. La pintura lo situaba entre un pasado que jamás vivió y un futuro que nunca vería.
José M. Nuévalos
26 de May de 2020 / 01:33
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