Me hundo. Escucho el rumor del agua al sumergirme en ella, tibia madre que da vida a todo. ¡Cuántas cosas se ven cuando uno penetra en un mundo ajeno! Que hermoso el verano, Los peces multicolores, las piedras pulidas por la corriente, la luz del sol que ondula e ilumina las algas. Encima de todo, flotando como si estuviera a la deriva, el cielo estival, azul con apenas unas cuantas nubes que no logran empañar la angustia. Y este ardor, que invade mis pulmones, provoca un sentimiento de derrota, desolación que anida en mi pecho al saber que la piedra a la que estoy encadenado me lleva inexorable a la muerte.