Leonardo, el cocinero real, propuso al monarca donar las sobras de la comida del palacio entre la gente necesitada. Él se opuso y le ordenó disponer de ellas donde no pudieran ser aprovechadas, bajo amenaza de decapitarlo si desobedecía. Luego de pensarlo, encontró que el mejor lugar para cumplir su encargo eran las alcantarillas de la ciudad. La práctica persistió por largo tiempo, hasta que las ratas, acostumbradas a contar con alimento sin esfuerzo, se convirtieron en una plaga.

El dinero que recibió el boticario, primo del cocinero, por aniquilarlas, bastó para pagar el veneno que puso en la comida por varios días y fue suficiente para apoyar una revuelta que depuso al soberano, quien ahora consume las sobras que le envía a su calabozo de vez en cuando el benevolente nuevo rey, Leonardo I.
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José M. Nuévalos
 

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