Somos tantos que la realidad, disfrazada de democracia, se pierde en el anonimato. Tal es la abrumadora cantidad de yos que, sobre la hoguera del debate sin fin, la individualidad se funde, junto con las ilusiones, en un crisol que nadie atiende hasta que se evaporan.

Son tantos los rostros que perdimos la capacidad de identificar nuestra propia cara en el espejo. Hoy, tú y yo, no somos tan diferentes de él y ella, ni nosotros de ellos. Somos, todos, una molécula de la nada, perdida en el vasto espacio de un caldo universal, un instante extraviado en algún momento de una trama eterna. Somos mercancía, moneda de cambio y necesidad; todo a la vez . Y entonces me pregunto, ¿existimos o somos solamente un eco que resuena entre las cuatro paredes de nuestro propio encierro?