Mi abuelo decía que los árboles del vecindario eran como sus nietos. Los conocía desde que nacieron y los vio crecer. Todos tenían un nombre y guardaba gratos recuerdos de ellos. Solo había uno que le producía angustia y temor. Sabía que terminaría mal, y así fue. Tuvo que ser cortado cuando, incitado por el viento, sus torcidas ramas dañaron la fachada de una casa, rompieron los vidrios e irrumpieron en su interior. Fue acusado de allanamiento de morada, averías en propiedad ajena y daño sicológico a la familia.