Recostado en el diván, era interrogado por el terapeuta:
–Nombre su mayor miedo.
–Robles, doctor. Robles. Son grandes, fuertes y temibles. Esos infelices nos hacen difícil la vida, a mí y a la familia.
–¿Por qué?
–No lo sé aún. Es historia antigua.
–Explíquese.
–Uno de ellos se les atravesó a mis papás cuando iban camino al hospital. Chocaron y nací en la calle.
–¿Alguna otra mala experiencia?
–Cuando niño, jugando en la escuela, trepé encima de uno robusto, se agitó y me tiró al suelo. Me rompí el brazo.
–Suele suceder. ¿Algo más?
–Ya mayor, otro enorme, se dejó caer sobre mí. Por poco me mata.
–¿Acaso cree que pueden tener malas intenciones? Seguramente fueron coincidencias desafortunadas.
–Lo dudo. También mis hermanos han sido víctimas de ellos. Desde tiempos de mi abuelo, los Robles nos declararon la guerra a los Olmos, como aquellos Montesco y Capuleto.