El arte del adiós
Lord Harland, caballero de intachable reputación, ofreció solventar mis necesidades económicas a cambio de lealtad y discreción, para dedicarme, bajo su guía y patrocinio, a ejercitar mis habilidades artísticas y mantener su imagen bienhechora. Ello significó, como primera encomienda, despedir a Mr. Burroughs, su secretario, que moriría días después de divulgar detalles de su vida privada, en un desafortunado percance de auto, junto con la dama que, supuestamente, había tenido un affair con mi protector. Más adelante, di el adiós en su nombre a un miembro del parlamento, quien pretendía que mi mecenas aceptara sus términos en una larga disputa por asuntos fuera de mi incumbencia. Él falleció al instante a causa de un lamentable accidente en una competencia de tiro en Bristol. Un mes más tarde, hacía lo mismo con un primo lejano que, tras demandarlo por una propiedad en Sussex, amaneció ahogado en deudas y whisky, sumergido en su propia tina de baño. Suicidio, dictaminó el forense. Esas, y otras más de las diversas obras maestras del arte que perfeccioné por años, no hubieran sido posibles sin la inspiración y el decidido apoyo de mi generoso benefactor. Ya retirado, disfruto de la modesta fortuna que me legó antes de expirar en mis brazos, de los gratos recuerdos como su ángel exterminador y de la libertad para surcar los cielos por cuenta propia.
Papalotl
08 de April de 2021 / 20:15
08 de April de 2021 / 20:15
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