No asesiné a nadie sin que mediara una buena razón. Mi lista comprendía a carteristas y pederastas, feministas, policías, escoltas y guardias. También estaban incluidos algunos artistas, atletas y profesionistas como pediatras, economistas, geriatras y dentistas. Todos ellos fueron hombres pusilánimes, que no tuvieron el carácter y la decisión que día a día mostraban ingenieras, arquitectas, generalas y juezas, entre otras. Se lo merecían por no ser firmes ni exigir sus derechos a los lingüistas, a quienes también tenía en la mira. El próximo de quien me encargaría era mi siquiatra que, además, se vanagloriaba de ser especialista.