SELECCION 19 DE ABRIL (PAOLA TENA)
CAMINO DEL SUR (CHESTER TRUMAN)
Dicen que el asesino siempre regresa al lugar del crimen. Pues discrepo. Yo escojo a mis víctimas al azar mientras camino rumbo al sur. Y es un camino infinito, porque siempre hay un sur al sur del sur. Regresar sería perder un tiempo precioso que, a estas alturas, ya no me puedo permitir.
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COMO GOTAS DE AGUA (WALTER EGO)
Jamás me había ocurrido algo parecido. Durante uno de los tantos juicios orales a los que solía asistir entre el público, dos hombres daban santo y seña del mismo asesinato, coincidiendo hasta el más mínimo detalle, y reclamaban su autoría. Debían estar locos para haberse atrevido a hacer algo así de cruel. No podía permitir que me arrebataran el crédito de lo que tanto esfuerzo me había tomado. El verdadero asesino era yo, nadie más y lo grité a voz en cuello. Cuando vi que el fiscal les daba una palmada en el hombro y les entregaba un sobre me di cuenta de que ya era muy tarde para retractarme. Ver socavado mi orgullo fue la gota que derramó el vaso.
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EL SABOR DE LA MUERTE (BEBÉ)
Cada una de mis asesinatos fueron tragos amargos. Las cosas cambiaron para mis víctimas cuando descubrí en Internet un veneno con sabor a frutas. Desde ese día todo es más tolerable. También más sabroso.
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ENTREVISTA PREVIA (PINGÜINO)
Imagínese intentando escribir los detalles de cruentos asesinatos. Escabroso, ¿no le parece? Ahora piense en la sangre, los gritos, las muecas de dolor, las súplicas de las víctimas y la mano firme. Siniestro y aterrador, ¿no cree? Póngase por un momento en los zapatos del criminal y trate de percibir lo que siente cuando las suelas, ensangretadas, aún están pegajosas y las gotas secas en la piel parecen estampadas a fuego. Horripilante, ¿no es cierto? Le pareceré simplista, pero después de repetirlo cinco, diez, docenas, quizá centenares de veces, uno se acostumbra, créame. Procure hacer suyo el horror al ubicarse ahí y comprender que lo vio y lo hizo todo. Que también lo sabe todo. Cuando lo haya logrado será muy fácil llevarlo a la letra. Ahora relájese. Esto solo es el prefacio de lo que le espera si quiere, señor escritor, hacerse cargo de mi biografía. A mí me tiembla la mano.
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FRANCOTIRADOR (SIMBAD)
Unos lo hacen porque es un deber patriótico, según les dijeron en la milicia; otros, por dinero. Yo soy diferente. Lo hago por la misma razón que alguien se arriesga a cruzar los rápidos en un kayak o se atreve a retar al Aconcagua: por la emoción y la adrenalina, por vencer los miedos y limitaciones o por simple diversión. Todo, desde escoger el objetivo, seleccionar el mejor ángulo, diseñar la ruta de escape, armar las coartadas y por supuesto, elegir el arma, es parte de ese ritual enervante que me apasiona. La próxima vez que usted camine por la calle, que cruce el atrio de una iglesia o que vaya de paseo a una plaza o parque, mire a su alrededor, hacia las azoteas, a las ventanas, a los autos estacionados, al campanario, detrás de los árboles, y véase a sí mismo invadido por el miedo. Sienta lo que yo no puedo sentir por usted. Tal vez me vea también a mí, impávido y sereno, lejano, atento. Si oye una detonación cercana, con seguridad será la última El siguiente disparo lo fulminará antes de escucharlo. No acostumbro dejar las cosas a medias ni decepcionar a los medios que me han dado tanta popularidad.
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CLIC (CAMALEÓN)
Las redes me brindaban la posibilidad de cambiar de apariencia según el entorno y convertirme en hombre o mujer, en niño o una jovencita alocada para hacer nuevas amistades. Entraba en otras vidas y me enteraba de confidencias con unos cuantos clics. Después venía el acoso. Algunas fotografías comprometedoras, secretos o intimidades divulgados y amenazas eran suficientes para ello, y para hacer sufrir a mis víctimas. Lo disfrutaba a control remoto. Lentamente aumentaba la presión como un cuchillo sobre el cuello hasta hacerlas perder el juicio y, de paso, la vida. Ya no era necesario perseguirlas por las calles y llenarme las manos de sangre. ¿Quién hubiera pensado que sería posible asesinar desde la virtualidad, sentado cómodamente en un sofá? ¿Quién, que la muerte podría estar a un clic de distancia?. La tecnología ha cambiado nuestras vida y también la forma de morir.
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EL ROMPECABEZAS (GESEL VAN GOD)
Dejé varias pistas para que los policías descubrieran la osamenta. Mientras tanto, conseguí documentos falsos y cambié de identidad. Cada hueso y pieza dental de aquel esqueleto correspondía a una persona distinta. El análisis y clasificación de los restos iba a llevar tiempo. Para entonces, ya tendría otra vida. Identificar a las víctimas por su ADN prometía ser un trabajo arduo y, a la vez, la clave de mi exoneración. Uno de los molares era mío.
Dicen que el asesino siempre regresa al lugar del crimen. Pues discrepo. Yo escojo a mis víctimas al azar mientras camino rumbo al sur. Y es un camino infinito, porque siempre hay un sur al sur del sur. Regresar sería perder un tiempo precioso que, a estas alturas, ya no me puedo permitir.
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COMO GOTAS DE AGUA (WALTER EGO)
Jamás me había ocurrido algo parecido. Durante uno de los tantos juicios orales a los que solía asistir entre el público, dos hombres daban santo y seña del mismo asesinato, coincidiendo hasta el más mínimo detalle, y reclamaban su autoría. Debían estar locos para haberse atrevido a hacer algo así de cruel. No podía permitir que me arrebataran el crédito de lo que tanto esfuerzo me había tomado. El verdadero asesino era yo, nadie más y lo grité a voz en cuello. Cuando vi que el fiscal les daba una palmada en el hombro y les entregaba un sobre me di cuenta de que ya era muy tarde para retractarme. Ver socavado mi orgullo fue la gota que derramó el vaso.
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EL SABOR DE LA MUERTE (BEBÉ)
Cada una de mis asesinatos fueron tragos amargos. Las cosas cambiaron para mis víctimas cuando descubrí en Internet un veneno con sabor a frutas. Desde ese día todo es más tolerable. También más sabroso.
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ENTREVISTA PREVIA (PINGÜINO)
Imagínese intentando escribir los detalles de cruentos asesinatos. Escabroso, ¿no le parece? Ahora piense en la sangre, los gritos, las muecas de dolor, las súplicas de las víctimas y la mano firme. Siniestro y aterrador, ¿no cree? Póngase por un momento en los zapatos del criminal y trate de percibir lo que siente cuando las suelas, ensangretadas, aún están pegajosas y las gotas secas en la piel parecen estampadas a fuego. Horripilante, ¿no es cierto? Le pareceré simplista, pero después de repetirlo cinco, diez, docenas, quizá centenares de veces, uno se acostumbra, créame. Procure hacer suyo el horror al ubicarse ahí y comprender que lo vio y lo hizo todo. Que también lo sabe todo. Cuando lo haya logrado será muy fácil llevarlo a la letra. Ahora relájese. Esto solo es el prefacio de lo que le espera si quiere, señor escritor, hacerse cargo de mi biografía. A mí me tiembla la mano.
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FRANCOTIRADOR (SIMBAD)
Unos lo hacen porque es un deber patriótico, según les dijeron en la milicia; otros, por dinero. Yo soy diferente. Lo hago por la misma razón que alguien se arriesga a cruzar los rápidos en un kayak o se atreve a retar al Aconcagua: por la emoción y la adrenalina, por vencer los miedos y limitaciones o por simple diversión. Todo, desde escoger el objetivo, seleccionar el mejor ángulo, diseñar la ruta de escape, armar las coartadas y por supuesto, elegir el arma, es parte de ese ritual enervante que me apasiona. La próxima vez que usted camine por la calle, que cruce el atrio de una iglesia o que vaya de paseo a una plaza o parque, mire a su alrededor, hacia las azoteas, a las ventanas, a los autos estacionados, al campanario, detrás de los árboles, y véase a sí mismo invadido por el miedo. Sienta lo que yo no puedo sentir por usted. Tal vez me vea también a mí, impávido y sereno, lejano, atento. Si oye una detonación cercana, con seguridad será la última El siguiente disparo lo fulminará antes de escucharlo. No acostumbro dejar las cosas a medias ni decepcionar a los medios que me han dado tanta popularidad.
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CLIC (CAMALEÓN)
Las redes me brindaban la posibilidad de cambiar de apariencia según el entorno y convertirme en hombre o mujer, en niño o una jovencita alocada para hacer nuevas amistades. Entraba en otras vidas y me enteraba de confidencias con unos cuantos clics. Después venía el acoso. Algunas fotografías comprometedoras, secretos o intimidades divulgados y amenazas eran suficientes para ello, y para hacer sufrir a mis víctimas. Lo disfrutaba a control remoto. Lentamente aumentaba la presión como un cuchillo sobre el cuello hasta hacerlas perder el juicio y, de paso, la vida. Ya no era necesario perseguirlas por las calles y llenarme las manos de sangre. ¿Quién hubiera pensado que sería posible asesinar desde la virtualidad, sentado cómodamente en un sofá? ¿Quién, que la muerte podría estar a un clic de distancia?. La tecnología ha cambiado nuestras vida y también la forma de morir.
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EL ROMPECABEZAS (GESEL VAN GOD)
Dejé varias pistas para que los policías descubrieran la osamenta. Mientras tanto, conseguí documentos falsos y cambié de identidad. Cada hueso y pieza dental de aquel esqueleto correspondía a una persona distinta. El análisis y clasificación de los restos iba a llevar tiempo. Para entonces, ya tendría otra vida. Identificar a las víctimas por su ADN prometía ser un trabajo arduo y, a la vez, la clave de mi exoneración. Uno de los molares era mío.
Paola Tena
01 de May de 2021 / 02:20
01 de May de 2021 / 02:20
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