Durante la representación de Hamlet, a la que asistí en Copenhague, me sorprendió la sutileza para revelar el bochornoso hecho y la sensibilidad excepcional del olfato del actor que pronunció aquella frase. Fue capaz de percibir, desde el escenario, las flatulencias de mi vecino de asiento en la vigésima fila; habilidad que de inmediato tuve que reconocer con un sonoro “¡bravo!”, seguido de un largo aplauso. Nunca supe por qué el resto del auditorio, entre risas y cuchicheos, se quedó mirándome sin hacer nada ante aquel espantoso hedor.
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15 de October de 2021 / 17:38
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Carmen Simón
 

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