La ordenanza
Una multitud se había reunido al pie de un par de edificios. No soy hombre de seguir los hábitos de las multitudes, pero me detuve y levanté la cabeza a imitación de mis congéneres. Un hombre, paraguas en mano, recorría sobre un alambre la distancia entre ambos edificios.
—¡Pobrecito! —exclamó una mujer a mi lado—. Ya llegó la policía.
—Sí, me temo que va a ir preso —dije.
—¿Ir preso?... ¡Le van a cortar la cuerda!
—¿De qué está hablando usted?
—La ordenanza 9083, en su artículo 56, inciso C, dicta que: «Nadie usará los edificios para caminar sobre un alambre, so pena de cortársele, en pleno uso del mismo, el susodicho alambre».
—¡Eso es una locura!
—Así son nuestros concejales, caballero; siempre tan atentos a las necesidades de la comunidad. —Y levantando los brazos, vociferó:— ¡Miré! ¡Qué rapidez cuando quieren!
Puse una mano en visera y observé que, efectivamente, uno de los policías se disponía a cortar el cable.
—¡Hay que hacer algo! —grité.
—¿Pero qué? —dijo la mujer mientras se persignaba.
Entonces la cuerda ganó el vacío y fue a parar, como un latigazo, sobre la cara del otro edificio; pero el hombre permaneció allí, flotando en el aire, riéndose de la autoridad, hasta que, tras hacernos una gentil reverencia, cerró el paraguas y se dejó caer lentamente hacia el cielo.
La multitud vitoreó al funambulista, yo invité a mi interlocutora a tomar un café, y, claro está, los humillados concejales derogaron, aquel mismo día, semejante disparate de ordenanza.
—¡Pobrecito! —exclamó una mujer a mi lado—. Ya llegó la policía.
—Sí, me temo que va a ir preso —dije.
—¿Ir preso?... ¡Le van a cortar la cuerda!
—¿De qué está hablando usted?
—La ordenanza 9083, en su artículo 56, inciso C, dicta que: «Nadie usará los edificios para caminar sobre un alambre, so pena de cortársele, en pleno uso del mismo, el susodicho alambre».
—¡Eso es una locura!
—Así son nuestros concejales, caballero; siempre tan atentos a las necesidades de la comunidad. —Y levantando los brazos, vociferó:— ¡Miré! ¡Qué rapidez cuando quieren!
Puse una mano en visera y observé que, efectivamente, uno de los policías se disponía a cortar el cable.
—¡Hay que hacer algo! —grité.
—¿Pero qué? —dijo la mujer mientras se persignaba.
Entonces la cuerda ganó el vacío y fue a parar, como un latigazo, sobre la cara del otro edificio; pero el hombre permaneció allí, flotando en el aire, riéndose de la autoridad, hasta que, tras hacernos una gentil reverencia, cerró el paraguas y se dejó caer lentamente hacia el cielo.
La multitud vitoreó al funambulista, yo invité a mi interlocutora a tomar un café, y, claro está, los humillados concejales derogaron, aquel mismo día, semejante disparate de ordenanza.
Anubis
09 de May de 2017 / 15:16
09 de May de 2017 / 15:16
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