El hombre mosca reflexionaba con frecuencia sobre el corto tiempo de vida de los insectos que imitaba. Le daban lástima. Salvo por su habilidad para adherirse a cualquier superficie, no creía que hubiera nada más inútil y absurdo que ellos. Aquel día, mientras subía por la pared del enorme edificio neoyorkino, se preguntó si podrían existir seres que superaran su intrascendencia y estupidez. Una aeronave le daría la respuesta unos minutos más tarde.