Lobo de páramo
Despierto en medio de un ataque de tos; el aliento se revela, entre espasmos, como vapor blanco al salir de mi boca y se confunde con la niebla que roza el suelo. Una llovizna ligera le da al paisaje un filtro gris. Las pequeñas gotas se cristalizan en hielo apenas tocan mi cuerpo. Me levanto y despego mí espalda del pajonal que antes me sirvió de cama pero que ahora está húmedo y lodoso. A unos tres metros de distancia, un flaco lobo de páramo se alimenta de los restos de algún animal. Que extraño, no recuerdo haber visto esa carroña cuando me acosté a descansar. Una brisa helada traspasa sin dificultad mi piel y se cola, como culebra de jardín, en el interior de mi cuerpo. Es tramposo el páramo, hace unas horas la calidez del aire me sedujo a tomar una siesta y ahora, que despierto, caigo en cuenta que dormir aquí bien pudo haber sido una idea mortal. Estoy desubicado, rodeado de niebla blanca. Ni siquiera, aunque me encuentro en lo alto de una loma, puedo ver el camino.
— Hasta que por fin has despertado—escucho que me dice una voz cercana.
Mis ojos hacen un rodeo, pero no encuentran a nadie. Solo veo al pequeño lobo, no más grande que un perro mediano, que me sostiene la mirada con las orejas levantadas.
— ¿Quién anda ahí? ¿Me podría indicar dónde se encuentra el camino de vuelta? — grito esperanzado hacia la niebla.
— Yo soy al que oíste, tonto — dejo de respirar cuando veo que las palabras salen del hocico ensangrentado del lobo.
El animal se estira apoyándose sobre sus patas delanteras. Su lomo, de pelaje negro, contrasta con sus costados de pelos pardos y blancos. Deja la carroña y se acerca despacio. Terriblemente confundido, observo como se dirige a mí de la forma más natural.
— Dormías como un oso. Me sorprende que, con este clima, no te hayas despertado antes.
— Hab..hablas—atino a responder en un balbuceo.
— ¿Yo? ¿Hablar? ¿Estás chiflado? ¿No ves que soy un lobo de páramo? — me reclama entre gruñidos.
La cabeza me da vueltas, el espacio se difumina en infinitos puntos. Termino por caer postrado de rodillas.
— ¿Dios, eres tú dirigiéndose a mí a través de esta bestia? — grito como un profeta del antiguo testamento. El lobo me mira intrigado, con ese típico gesto perruno que consiste en inclinar la cabeza hacia un costado.
— O tal vez estoy soñando. Eso debe ser, nada más un ridículo sueño —las palabras se atropellan al salir de mi boca.
El animal emite una serie de jadeos continuos que termina siendo una risa ronca y replica.
— ¿Dios? ¿No entiendo que teatro haces? Definitivamente eres un loco. Escúchame bien, tonto. Que nos entendamos no significa que hable algún idioma humano, solo quiere decir que ahora eres parte del páramo. Ah y no, esto no es un sueño, lo sabes muy bien. Ya deja de hacerte el estúpido.
Mis piernas me terminan de fallar y me arrastro agarrándome de los pajonales. Solo quiero alejarme de esa bestia parlante. El pequeño lobo, entre otra carcajada de jadeos, me huele mientras sigue hablando.
— Calma, calma miedosito — dice y levanta elegante su cola — .No eres el primero que se asusta ante mi imponente figura. Claro que antes te podía hacer daño, pero ya no. Ya te dije que ahora eres parte del páramo.
— ¿Cómo que parte del páramo? — me atrevo a preguntarle.
— Simplemente pasaste a estar entremezclado con él. Tus moléculas nutren el suelo. El calor, que emanabas, ya fue aprovechado por el pajonal en donde dormías. Tu nitrógeno alimenta a las almohadillas y a las achupallas. Ah, y tu carne está ahora en mi estómago — dice y me enseña orgulloso sus filosos caninos.
Mis ojos se voltean hacia la carroña que comía el lobo. La llovizna ligera se envalentona, con un trueno, en aguacero y las gotas gruesas revientan en mi piel y la convierten en mantequilla. La respuesta al enigma retumba en mi cabeza y termino expulsándola, con un quejido bajo, en forma de pregunta.
— ¿Estoy muerto?
— ¿Muerto? ¿Qué es eso? –me cuestiona el lobo entre ladridos.
— ¿Dejé de existir? — vuelvo a preguntar, sin quitar la vista del revoltijo de carne.
El lobo, con un gruñido, se eriza y me responde — ¿Eres estúpido? ¿O solo dices tonterías para molestarme? Te acabo de decir que eres parte del páramo. Existes en las ramas rojas de los polylepis, en la roseta de un frailejón, eres parte incluso de mis poderosísimos colmillos ¿Cómo no entiendes que estás más vivo que nunca?
— Hasta que por fin has despertado—escucho que me dice una voz cercana.
Mis ojos hacen un rodeo, pero no encuentran a nadie. Solo veo al pequeño lobo, no más grande que un perro mediano, que me sostiene la mirada con las orejas levantadas.
— ¿Quién anda ahí? ¿Me podría indicar dónde se encuentra el camino de vuelta? — grito esperanzado hacia la niebla.
— Yo soy al que oíste, tonto — dejo de respirar cuando veo que las palabras salen del hocico ensangrentado del lobo.
El animal se estira apoyándose sobre sus patas delanteras. Su lomo, de pelaje negro, contrasta con sus costados de pelos pardos y blancos. Deja la carroña y se acerca despacio. Terriblemente confundido, observo como se dirige a mí de la forma más natural.
— Dormías como un oso. Me sorprende que, con este clima, no te hayas despertado antes.
— Hab..hablas—atino a responder en un balbuceo.
— ¿Yo? ¿Hablar? ¿Estás chiflado? ¿No ves que soy un lobo de páramo? — me reclama entre gruñidos.
La cabeza me da vueltas, el espacio se difumina en infinitos puntos. Termino por caer postrado de rodillas.
— ¿Dios, eres tú dirigiéndose a mí a través de esta bestia? — grito como un profeta del antiguo testamento. El lobo me mira intrigado, con ese típico gesto perruno que consiste en inclinar la cabeza hacia un costado.
— O tal vez estoy soñando. Eso debe ser, nada más un ridículo sueño —las palabras se atropellan al salir de mi boca.
El animal emite una serie de jadeos continuos que termina siendo una risa ronca y replica.
— ¿Dios? ¿No entiendo que teatro haces? Definitivamente eres un loco. Escúchame bien, tonto. Que nos entendamos no significa que hable algún idioma humano, solo quiere decir que ahora eres parte del páramo. Ah y no, esto no es un sueño, lo sabes muy bien. Ya deja de hacerte el estúpido.
Mis piernas me terminan de fallar y me arrastro agarrándome de los pajonales. Solo quiero alejarme de esa bestia parlante. El pequeño lobo, entre otra carcajada de jadeos, me huele mientras sigue hablando.
— Calma, calma miedosito — dice y levanta elegante su cola — .No eres el primero que se asusta ante mi imponente figura. Claro que antes te podía hacer daño, pero ya no. Ya te dije que ahora eres parte del páramo.
— ¿Cómo que parte del páramo? — me atrevo a preguntarle.
— Simplemente pasaste a estar entremezclado con él. Tus moléculas nutren el suelo. El calor, que emanabas, ya fue aprovechado por el pajonal en donde dormías. Tu nitrógeno alimenta a las almohadillas y a las achupallas. Ah, y tu carne está ahora en mi estómago — dice y me enseña orgulloso sus filosos caninos.
Mis ojos se voltean hacia la carroña que comía el lobo. La llovizna ligera se envalentona, con un trueno, en aguacero y las gotas gruesas revientan en mi piel y la convierten en mantequilla. La respuesta al enigma retumba en mi cabeza y termino expulsándola, con un quejido bajo, en forma de pregunta.
— ¿Estoy muerto?
— ¿Muerto? ¿Qué es eso? –me cuestiona el lobo entre ladridos.
— ¿Dejé de existir? — vuelvo a preguntar, sin quitar la vista del revoltijo de carne.
El lobo, con un gruñido, se eriza y me responde — ¿Eres estúpido? ¿O solo dices tonterías para molestarme? Te acabo de decir que eres parte del páramo. Existes en las ramas rojas de los polylepis, en la roseta de un frailejón, eres parte incluso de mis poderosísimos colmillos ¿Cómo no entiendes que estás más vivo que nunca?
AAMM
10 de June de 2017 / 23:37
10 de June de 2017 / 23:37
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