Venían detrás y yo huía de la metralla y las explosiones, refugiándome en las aceras entre los escombros de los edificios bombardeados. Fue cuando la vi: una pequeña niña llorando, arrodillada junto al cadáver de su madre a la mitad de la calle. Rescatarla era un suicidio, pero no me perdonaría si no lo intentaba, aun a costa de mi vida. Corrí, la tomé en vilo y, abrazándola, alcanzamos a entrar por un hueco a un costado de la catedral. La luz de la tarde penetraba por un boquete en el techo en dirección del altar, donde un grupo de personas se arremolinaban buscando refugio. Dirigí mis pasos apresurados hacia la parte posterior que estaba a oscuras mientras el tableteo de las ametralladoras me hizo saber el destino de aquellos infelices. Con sus linternas alumbraron hacia donde estábamos agazapados y casi nos descubren.. Aproveché un momento de distracción para avanzar más y refugiarnos detrás de una cortina que llegaba hasta el piso, junto a una columna. Se acercaron, cerré los ojos, apreté a María fuertemente contra mi pecho y cuando uno de ellos levantó la cortina, nos quedamos petrificados. Vi un destello de luz, escuché dos disparos y luego alguien dijo "dos menos". La cabeza me daba vueltas y el corazón saltaba en mi pecho. Esperamos hasta estar seguros de que se habían ido y salimos. Inexplicablemente estábamos vivos en medio de aquella ciudad devastada por la guerra, que quedó en el abandono. Meses después regresé al mismo sitio. No sé si lo hice para dar gracias o para encontrar una explicación. Lo que que hallé me dejó con más dudas. Oculta detrás de la cortina descubrí una escultura de mármol de un hombre protegiendo a una niña. Sus cabezas, una junto a la otra, mostraban con toda claridad el terror del momento y una perforación en la frente.