Después de tomarle juramento, se pidió al hombre que declarara sobre los hechos de los que se le acusaba:
—Desde donde yo estaba, recuerdo haber visto cómo las dos manos del sujeto se extendieron, tomaron a mi esposa del cuello y oprimieron hasta asfixiarla. Luego se fue la luz.
—¿Qué hizo usted?— preguntó el fiscal
—No pude hacer nada, estaba paralizado por lo que estaba viendo.
—¿Reconoció al asesino?
—No, para mí era un perfecto desconocido.
—¿Qué ocurrió después?
—No sé exactamente. Estaba oscuro y yo, aturdido, perplejo. Cuando la luz regresó me encontré solo frente al cadáver de mi mujer y llamé a la policía— dijo sin titubeos.
—Su relato resulta poco creíble, ¿está seguro de que no vio más?
—Nada que no haya dicho ya.
Ante la mirada penetrante del acusador y la duda que este externó sobre la veracidad del relato, añadió:
—Créame, no miento. En honor a la verdad esa noche estaba realmente fuera de mí; no fui yo. En esos momentos era otro.
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Mónica Brasca
 

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