A sus treinta años poseía una fortuna considerable de origen más bien dudoso: mansiones, autos, yates y varias empresas a nombre de familiares y testaferros. A pesar de su bajo perfil, tenía fama de ser persona franca y hábil negociador. Aquel día, un periodista logró entrevistarlo brevemente. Al final le preguntó cuál consideraba su activo más valioso. "Mi pistola, sin duda" respondió. Supo que esa era la pregunta que nunca debió hacer mientras le apuntaba con ella entre las cejas.