—Tengo un secreto — le digo— Una cosa que te va a encantar, mira, acércate a verla, es muy bonita y dulce como el más delicioso caramelo.
Me ve con su rostro curioso. Yo creo que desconfía; está bien entrenado para no acercarse a extraños y aun, como en mi caso, conocidos.
Ven. —repito a baja voz— Un poco más cerca. Te va a gustar.
Y sonrío porque eso les da confianza. Un rostro amigable.
Se aproxima lo suficiente. Atrapo su mano con la mía, férrea y terrible.
Tengo un secreto, es cierto, pero no se lo digo para no asustarlo antes de tiempo.