Sus rasgos varoniles quedaban ocultos tras los ramos de flores y los obsequios que le llevaba en cada visita de la tarde. Ardoroso e insistente, como ningún otro hombre, la besaba hasta detenerse en el límite de la clavícula para preguntarle si se casaban. Después de la luna de miel, dejó salir las garras y colmillos que solo retraía cuando tomaba el bastón y el sombrero, con sus entonces sedosas manos de perfecta manicura, para visitar a su amigo de tantos años.
Malvadisco
16 de June de 2018 / 23:41
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José M. Nuévalos
 

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