Al volver del colegio abre la puerta despacio, como si temiese encontrar a un desconocido dormido en el sofá. Mamá ha vuelto a dejar el salón ordenado antes de irse a trabajar, la caja del tren en el rincón de los juguetes. A toda prisa coloca la estación y monta vías, máquinas y vagones para tomar el expreso de las cinco que lo deja en el pueblo. La abuela lo espera con el vaso de chocolate caliente y las magdalenas recién hechas. Después de merendar van a ordeñar las vacas y a la vuelta los paran las vecinas -¡Qué suerte tienes , Elvira, de que venga el rapaz a ayudarte!- Se entretienen tanto con la charla que apenas queda tiempo de acabar los deberes antes de coger el tren de las ocho para volver a casa. Luego todo son prisas. Llega mamá, revisa su cuaderno. Debería regañarlo al ver la caligrafía descuidada y las cuentas mal hechas, pero está demasiado cansada. Hueles a establo, dice riendo, y lo manda a bañarse. No se fija en las migas que lleva en la pechera, ni en el cerco oscuro que aún le bordea los labios, por eso, como todos los días, contempla con preocupación la merienda que quedó intacta en la cocina. Y mientras piensa en cómo arreglárselas para que el jefe le conceda un cambio de horario, oye a Quique gritar alegre desde el cuarto de baño:
-¡Mami, por favor, no recojas el tren! Así no tengo que perder tiempo en montarlo mañana.
Dorotea
01 de February de 2019 / 17:04
Turno de tarde 01 de February de 2019 / 17:04
Dorotea
Prueba 01 de February de 2019 / 22:10
Aarón
Taller 07 de February de 2019 / 11:59
Mónica Brasca
 

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