Confinado a la silla de ruedas, de espaldas a la puerta, leía un libro frente a la ventana en profunda abstracción. Fue en esos momentos cuando sintió una presencia detrás de él.

–Te estaba esperando –dijo sin moverse ni apartar la vista de la lectura.

Por respuesta recibió un largo silencio que invadió la habitación.

–Puedes hacer lo que quieras conmigo. Llévame ya, estoy listo. Solo te pido, como última voluntad, que sea rápido. No creo soportar más el dolor.

Percibió que la silla se movía y giraba, impulsada por una fuerza invisible para él. Mientras enfilaban hacia la entrada, se despidió de sus libros, de recuerdos, de la colección de máscaras, de los años felices, de sus reconocimientos, y de los reflectores.

–Ya no hay tiempo. A donde sea que me lleves, espero poder decirles a todos, desde ahí, que los amo, que siempre los he amado y que jamás los olvidaré. Odio las despedidas tristes.

–¡Ay!, papá, deja el drama para el escenario. Solo es una contractura en cuello y espalda. Ándale, viejo achacoso, vámonos al hospital.
Laura Elisa Vizcaíno
30 de March de 2020 / 18:29
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