El precio
Todas las puertas y ventanas de la casa están abiertas de par en par. Los muebles lucen impecables, la mesa está puesta, el hogar encendido; pero nadie responde a nuestras voces. De pronto se levanta un viento helado y comienzan a caer robustos copos de nieve.
—¡Entremos! —le digo a Paula, y le pido que me ayude a cerrar las puertas y ventanas.
—¿Qué habrá pasado con los dueños de la casa? —me pregunta, entonces, y se queda con la mirada absorta en el fuego.
Como la tormenta arrecia, y no hay tiempo que perder, me encargo solo de la tarea. Después regreso a la sala y lanzo unos leños al hogar.
—No lo sé —le respondo, tardíamente, mientras le señaló los manjares sobre la mesa.
Como y bebo. Paula me observa sin probar bocado.
—¡Marchémonos! —exclama de pronto, la mirada vuelta al fuego.
—¿Estás loca, mujer? —le digo desconociéndome, y agitando la copa furiosamente, ordeno—: ¡Más vino!
Paula toma la jarra, hace como que me va a servir, pero corre hacia el hogar y la vierte sobre el fuego. Al instante todas las puertas y ventanas otra vez están abiertas. Con pavor observo que los muebles están derruidos, la mesa vacía, el hogar colmado de cenizas sin tiempo.
Y caen los últimos copos de nieve y el viento cesa.
Paula me toma de la mano y me conduce fuera de la casa. La mano de Paula se hace cada vez más blanda, y cuando la casa desaparece, me hallo aferrado a un recuerdo y al aire.
—¡Entremos! —le digo a Paula, y le pido que me ayude a cerrar las puertas y ventanas.
—¿Qué habrá pasado con los dueños de la casa? —me pregunta, entonces, y se queda con la mirada absorta en el fuego.
Como la tormenta arrecia, y no hay tiempo que perder, me encargo solo de la tarea. Después regreso a la sala y lanzo unos leños al hogar.
—No lo sé —le respondo, tardíamente, mientras le señaló los manjares sobre la mesa.
Como y bebo. Paula me observa sin probar bocado.
—¡Marchémonos! —exclama de pronto, la mirada vuelta al fuego.
—¿Estás loca, mujer? —le digo desconociéndome, y agitando la copa furiosamente, ordeno—: ¡Más vino!
Paula toma la jarra, hace como que me va a servir, pero corre hacia el hogar y la vierte sobre el fuego. Al instante todas las puertas y ventanas otra vez están abiertas. Con pavor observo que los muebles están derruidos, la mesa vacía, el hogar colmado de cenizas sin tiempo.
Y caen los últimos copos de nieve y el viento cesa.
Paula me toma de la mano y me conduce fuera de la casa. La mano de Paula se hace cada vez más blanda, y cuando la casa desaparece, me hallo aferrado a un recuerdo y al aire.
Alarcón
18 de January de 2017 / 19:54
18 de January de 2017 / 19:54
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