No lograba entender por qué y durante días lo estuve intentando. Su silueta era envidiable. La textura y fragilidad, esa delicada forma, su compleja y caprichosa orografía. Toda la belleza matemática reunida en una sucesión de Fibonacci hecha carne y poesía.

Era insuperable, imposible plasmarla mediante pinceladas dictadas por el azar y el caos de mi pulso tembloroso. La oreja era más que perfecta. Al haberme convencido de que jamás podría lograrlo, era mejor deshacerme de ella para alejar la tentación. Y así lo hice. Regalé la revista donde leí estas reflexiones para tratar de entender a Van Gogh. La oreja y mi cordura están a salvo.
Ludovico
23 de April de 2020 / 03:39
Misión imposible 23 de April de 2020 / 03:39
Ludovico
 

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