Tan pronto como el paquete cayó a la basura, percibió el aroma metálico que emanaba de aquello que cubría la tela; era un olor conocido que siempre le provocó desconfianza, aun así, no lo rechazaría: hambre es hambre y las de su tipo no suelen ser quisquillosas. Aunque no sería la primera vez, el instinto retardó su decisión de comer ese pedazo de carne: el tufo de ese trozo de cartílago tenía un algo desconocido que la ponía intranquila. Al final la comió toda y quiso volver a casa, pero una nueva percepción del mundo le impidió encontrar el rumbo.
Su vida había transcurrido en blanco, negro y grises, pero la rareza percibida en la oreja devorada le otorgó una imagen en color: descubrió rojo en los tejados, amarillo en las paredes y un púrpura en el cielo que centelleaba ante el oscuro de sus ojos aterrados. Nunca había visto color y ahora le cegaba las pupilas. El brillo de los tonos encandilaba su camino extraviando los aromas que siempre guiaban sus pasos; los matices se expandían en el entorno persiguiéndola, aplastándola, tragándola. Apretó los párpados para no ver más pigmento y halló de nuevo el negro, ese tinte conocido que acentuaba los olores y la hizo reencontrar el camino al hogar. No quería volver a abrir los ojos, no quería volver a ver color: la rata sacó sus garras, se arrancó los ojos y sólo ciega pudo seguir andando.
Allure Spinoza
24 de April de 2020 / 22:29
Miasma 24 de April de 2020 / 22:29
Allure Spinoza
 

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