Anochecía aquel día de mediados de julio. Frente a nosotros apareció el pequeño bar aledaño a Bourbon Street. Una mesa cercana al piano era lo indicado para escuchar y platicar. Charlamos sobre lo que suelen quienes están interesados uno en el otro, en espera de que empezara la música. Más tarde, mientras el vino alegraba nuestros corazones y los dedos maravillosos del pianista flotaban sobre el teclado, nuestra imaginación volaba tan lejos como nuestras anclas terrenales lo permitían. Entonces surgió esa interpretación mágica de Summertime. Se rompieron las amarras y volamos más allá de lo conocido y aun ya en otoño, no hemos encontrado la manera de regresar.