En el puente
Desde que murieron sus padres, el pequeño no tenía a nadie que realmente lo quisiera. Salvo su mascota, si puede llamársele así a un viejo patito de goma. Lo cierto es que le gustaba hablarle a su patito e imaginarse que éste le contestaba. A veces se enredaba en su propio juego, y creía que él no era el niño sino la mascota. Entonces se sentía feliz. Pero la tía Ema le repetía que se dejase de tonterías, que ya tenía nueve años, que cuándo iba a madurar. Y le ordenó que se deshiciese del patito o sufriría las consecuencias. Otra paliza a él no le significaba ninguna diferencia, pero la tía Ema llevaba la razón. Así que puso el patito sobre la baranda del puente, y charlaron por última vez; más enredados que nunca. Luego, se arrojó al vacío.
Amy Pond
10 de June de 2017 / 21:27
10 de June de 2017 / 21:27
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