Selección de agosto: "Una vuelta del derecho y otra del revés", de Géminis
Una vuelta del derecho y otra del revés, de Géminis
Fui yo quien me empeñé, tras la muerte del padre de Ernesto, en visitar a mi suegra con regularidad. Mi novio detestaba aquel hogar donde su temperamento generoso y rebelde se había visto asfixiado por las estrictas virtudes del orden y el ahorro. ¿No te da pena verla tan sola?, argumentaba yo. Él, a regañadientes, cedía. Cierta tarde la imprevista bajada de temperaturas, unida a un ligero catarro, lo obligaron a aceptar el jersey gris tricotado a mano que le ofreció su madre con inusual ternura. Desde entonces el orden obsesivo, el maniático control de cada gasto, la inflexible organización del tiempo fueron fuente de conflictos entre nosotros, hasta que una noche Ernesto me abandonó para volver a la casa de su infancia. En una ciudad pequeña era inevitable encontrárselos, paseando del brazo con aire circunspecto. Él llevaba un bigote como el de su difunto padre y la antigua melena rizada, que había encanecido repentinamente, cortada a cepillo.
Meses después comenzaron las visitas, tristes y ceremoniosas, como si fuera yo la viuda y ellos los dolientes padres de un muerto. Hice un curso para aprender a tricotar y aquí sigo, recibiéndolos los miércoles, de siete a ocho y cuarto, con un jersey de rayas de colores guardado en el cajón de la cómoda y la esperanza de que cierta tarde un ligero catarro, unido a la imprevista bajada de temperaturas, me devuelvan lo que me pertenece.
Fui yo quien me empeñé, tras la muerte del padre de Ernesto, en visitar a mi suegra con regularidad. Mi novio detestaba aquel hogar donde su temperamento generoso y rebelde se había visto asfixiado por las estrictas virtudes del orden y el ahorro. ¿No te da pena verla tan sola?, argumentaba yo. Él, a regañadientes, cedía. Cierta tarde la imprevista bajada de temperaturas, unida a un ligero catarro, lo obligaron a aceptar el jersey gris tricotado a mano que le ofreció su madre con inusual ternura. Desde entonces el orden obsesivo, el maniático control de cada gasto, la inflexible organización del tiempo fueron fuente de conflictos entre nosotros, hasta que una noche Ernesto me abandonó para volver a la casa de su infancia. En una ciudad pequeña era inevitable encontrárselos, paseando del brazo con aire circunspecto. Él llevaba un bigote como el de su difunto padre y la antigua melena rizada, que había encanecido repentinamente, cortada a cepillo.
Meses después comenzaron las visitas, tristes y ceremoniosas, como si fuera yo la viuda y ellos los dolientes padres de un muerto. Hice un curso para aprender a tricotar y aquí sigo, recibiéndolos los miércoles, de siete a ocho y cuarto, con un jersey de rayas de colores guardado en el cajón de la cómoda y la esperanza de que cierta tarde un ligero catarro, unido a la imprevista bajada de temperaturas, me devuelvan lo que me pertenece.
Mónica Brasca
01 de September de 2018 / 10:02
01 de September de 2018 / 10:02
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